Como en tantos otros órdenes de la vida, en el mundo de la música es difícil encontrar opiniones que estén por completo exentas de prejuicios. En concreto, el negocio del disco ha estado dominado casi siempre por ideas preconcebidas, en unas ocasiones relacionadas con la vigencia de tal o cual estilo musical, en otras con la percepción de lo que el artista desea transmitir y con la manera en que lo hace, la mayoría de las veces opiniones todas ellas conectadas con los intereses de la industria y sus grandes voceros, los críticos musicales. Otro tanto ocurre con los destinatarios finales del producto, los aficionados a la música grabada, los oyentes de la radio o quienes simplemente emplean parte de su tiempo libre en bailar al son del último ritmo de moda. Puede que todo esto que cuento haya podido tener más importancia en el pasado -en que el sonido se sustentaba en un objeto palpable, y por lo tanto perceptible por todos los sentidos, como el disco o la cinta magnetofónica- que en el tiempo presente, dominado por fuentes digitales apreciables de manera exclusiva por el oído, sin que haya modo de disfrutar de la posibilidad de añadir al placer de escuchar el disco, el de verlo, de tocarlo, e incluso el de percibir el olor que desprenden el cartón y la tinta cuando se quita el plástico que lo envuelve.
De prejuicios, en cierto sentido, va la historia de este disco, al que yo calificaría de auténtico y grandioso canto del cisne del Soft Rock, ya que en el tiempo que siguió a la fecha de su publicación, en 1983, la presencia de este estilo en las listas de éxitos -tal como lo conocimos desde principios de los setenta- fue prácticamente nula. Prejuicios, sí, que yo mismo albergué durante años en relación con la música de Christopher Cross, reducido por mor de mi estrechez de miras y de mi profundo desconocimiento de ciertos aspectos de la industria del disco, algunos de los cuales he mencionado más arriba, al mero y estricto rol de fino baladista, cuando en realidad es uno de los mejores representantes de una corriente del rock que, además de generar millones de copias vendidas, supo captar el interés de toda una generación, y que hoy está prácticamente extinta, si exceptuamos algunos esfuerzos puntuales, aunque meritorios, como el de John Mayer con su álbum “Sob Rock” de 2021. En realidad, lo que ocurrió con “Another Page” no fue más que un fenómeno sobradamente conocido entre los del oficio, que recibe en inglés el nombre de sophomore jinx, o sea, el gafe del segundo [disco]. El primer trabajo con el que se debuta suele exigir por parte del artista tanto esfuerzo, tanto tiempo de preparación y tantos desvelos, que conlleva en muchos casos un tremendo desgaste creativo, una falta de inspiración y una consiguiente sequía de temas, obligando -para disgusto de la discográfica- al aplazamiento “sine die” de la publicación del segundo disco. Un retraso que puede llegar, como en el caso de Christopher Cross, a durar tres largos años, tiempo más que suficiente para que, en un negocio que vive de sensaciones y novedades, un artista pierda la ola del momento y experimente una gran dificultad a la hora de volver al mercado. Así pues, “Another Page” llegó cuando el cantante y guitarrista tejano, surgido prácticamente de la nada en 1979 con un disco que contaba, eso sí, con el aval de su calidad intrínseca y de la adhesión incondicional de Michael McDonald, llevaba ya tres años sin lanzar un LP debido a la onda expansiva de su álbum debut homónimo “Christopher Cross”. Tan grande fue su impacto -prácticamente se llevó todos los “Grammy” de ese año- que Christopher Cross se vió envuelto en una interminable sucesión de actos promocionales, giras y compromisos que sólo interrumpiría para grabar el tema principal de la película “Arthur” -otro bombazo- y que terminarían alejándole de la composición.
Un divorcio mediante y tras iniciar una nueva relación con una joven que, por cierto, se llamaba Paige -a quien puede verse junto al artista en la fotografía de la funda interior del disco, que aparece más abajo- el guitarrista de San Antonio se lanzó a la grabación de este “Another Page”, donde ciertamente hay algunas baladas, pero en el que todavía se puede apreciar, aunque con menor intensidad que en su álbum debut “Christopher Cross”, el sustrato rock de su música, principalmente en los temas de tiempo rápido y en los excelentes solos de guitarra que, de vez en cuando, aparecen en el disco. Como es lógico, destaca por encima del conjunto el ya clásico tema “All Right”, ejemplo paradigmático de elegancia, de sobriedad, de pulcritud, de buen gusto, en definitiva de calidad en la composición, en los arreglos y en la producción, que perfectamente podría servir de ejemplo, si es que no lo es ya, en las escuelas donde se enseñan los secretos del negocio de la música y que todo aspirante a conseguir algo en ese ámbito debería conocer y estudiar en todos sus pormenores. Pero no se agota en “All Right”, y en el resto de excelentes temas que contiene el disco, el capital artístico de este LP —soberbiamente grabado, por cierto, en diferentes emplazamientos pero mezclado y masterizado en los estudios de Warner Bros. en Hollywood- sino que también es magnífico en el apartado estético, pues su presentación -con el flamenco rosa como motivo principal- se completa con una preciosa fotografía que quiere representar un rincón de una casa de playa californiana de los ochenta. En ella destacan el mobiliario de bambú, los omnipresentes flamencos rosas (en el biombo, encima de la mesa…) e, incluso, la indumentaria del propio Christopher Cross, vestido con camisa y pantalón …rosa. Probablemente no todo fuera de ese mismo color en aquellos años, pero de lo que estoy seguro es de que para quienes, por la fuerza del tiempo y de los hechos, han terminado desprendiéndose, como yo, de sus prejuicios musicales, este disco, al igual que el que le precedió, merece ser escuchado con frecuencia y ocupar un lugar de privilegio en la discoteca.



No hay comentarios:
Publicar un comentario